lunes, 30 de noviembre de 2009

El Circo Romano

El Circo Romano
La Renga

Necrofilia, no soy de carne y hueso
un gato muerto en la taza de café
promotoras sexuales de la timba,
un ciego vende la estampita de Gardel.
Y la demencia que desata la tormenta
entre orgías de contaminación,
no quiero ser una más del Circo Romano.
Mariposas de taco y siliconas
un decapitado me vende un geniol,
un ejecutivo se ahorcó con la corbata
y la crónica que pinta de terror.
Y la demencia que desata la tormenta
entre orgías de contaminación,
no quiero ser una más del Circo Romano.
Adónde va esa jauría rabiosa
todo por un hueso a fin de mes,
sauna caballero!
porno continuado!
aprieten el gatillo de a uno por vez.
Más masacre en el microcentro
muere un mendigo en la puerta de un hotel
la pizza se enfría, se volcó el vaso de vino
otro se acuesta en la vía del tren.
Y la demencia que desata la tormenta
entre orgías de contaminación,
no quiero ser una más del Circo Romano.

Pan y circo


Otra civilizacion que me resulta muy interesante es la civilizacion romana. Desde la ciudad de Roma se expandió por toda la actual Italia y Europa, conquistando a otras grandes civilizaciones como la griega y la egipcia. El coliseo romano, una de las grandes maravillas del mundo, tenía como fin dar sentido a una de las partes de la premisa con que los emperadores gobernaron Roma, estoy hablando del circo, y que mejor lugar que un gigantesco anfiteatro, para brindar los sangrienos espectáculos que apaciguaban los animos del pueblo.


El coliseo es otro de esos lugares que algun dia quiero conocer, y ya que andamos por ahi tal vez sea buena idea visitar el foro romano y las construcciones antiguas que aun hoy esten en pie.

viernes, 27 de noviembre de 2009

Plaza Dorrego

La ciudad de Buenos Aires tiene una gran cantidad de lugares que son dignos de ser visitados, ya sea por su historia, por su belleza o por la cultura porteña, lo malo es que nunca tenemos tiempo de visitarlos o de detenernos cuando les pasamos por al lado. Ayer desspués de haber pasado por esta plaza al menos 6 veces, tuve tiempo para disfrutar de ella, y lo irónico es que ahi habia mas extranjeros que argentinos. En esta plaza se puede almorzar o cenar disfrutando un show de tango, algo mas valorado por ajenos que por los propios habitantes de esta ciudad.

Si se acuerdan y pasan por ahi, hagan una pausa y contemplen eso que esta ahi pero que no lo vemos.



El cielo de los argentinos - Fontanarrosa

Otro cuento que me gustó mucho de Fontanarrosa. En realidad me gusta toda su obra asi que voy a ir subiendo varios de estos cuentos.

-¿Conseguiste?
-Conseguí –dijo el Sordo, mostrando las hojas de lechuga que se asomaban del paquete de papel de diario.
-¿Buena?
-De primera. Mirá. La voy a lavar.
-O dásela a Dora –dijo Telmo, mientras acomodaba las brasas, frunciendo la cara frente a un estallido de chispas. -Total...
-¿Qué apuro hay? –acordó el Sordo, mientras seguía rumbo a la cocina.
-Qué apuro hay... –Telmo dejó el cigarrillo cuidadosamente con el fuego hacia fuera, sobre la mesada donde tenía la carne. Después tomó el vaso de vino blanco y bebió un par de tragos. En ese momento llegaba Hernán.

-Traje el vino, campeón –dijo, poniendo un par de botellas sobre la mesa del patio. -El mismo banco de la otra noche.
-¿Había? –preguntó Telmo, atisbando como un mecánico especializado entre los carbones.
-Sí. Iba a cambiar pero... ¿para qué? Este es buenísimo... ¿Te acordás?
-Sí, el torrontés de la otra noche...
-Liviano, fresco...
-Podés tomar cualquier cantidad, al otro día te levantás como si nada.
-Son vinos buenos... –se ufanó Hernán. -No como aquéllos que tomábamos...
-Uhhh... Pensar... Las cosas que nos hemos tomado... Y nos parecían buenos...
Hernán se sentó y prendió un cigarrillo, exhaló la primera pitada, relajado.
Miró hacia el televisor, encendido, sin sonido, ubicado sobre la mesita con ruedas, en la puerta de uno de los dormitorios, corrido hasta allí para que se viera desde el patio.
-¿Ya conectaron? –preguntó.
-Sí –dijo Telmo sin mirarlo. -Le saqué el sonido. Así no jode.
Se quedaron un instante callados. Desde la cocina llegó una risa compartida.
-Esta es la mejor hora –dijo Hernán, casi solemne.
-Esta hora es la gloria –aprobó Telmo, golpeando con el atizador una brasa rebelde. -¿Sabés qué pasa, además, con el vino? Cuando vos andás bien de acá –se señaló la frente con un dedo- nada te cae mal... Cuando vos estás tranquilo, despreocupado...
-Eso es verdad... Eso es verdad...
-Te cae todo bien hermano. Podés comer como una bestia, que después...
-Lo asimilás...
Volvieron a quedar en silencio.
-No estaría mal un salame ¿no? –aventuró Hernán, aburrido.
-Decile al Sordo que traiga –Telmo mira bajo la parrilla con la nariz arrugada, atisbando. -¡Sordo! –gritó, sin dejar que Hernán se levantara. -¡Traete un salamín, querés!
-Voy –se oyó desde adentro. Y el revuelo de las voces de las mujeres que se reían.
-Y algo de queso –agregó Hernán, gritando.
-Ya trae, ya trae –Telmo tomó un par de tragos de vino y se secó la transpiración con el brazo.
-¿Pan hay? –preguntó Hernán, precavido.
-Pero... ¡Cómo no va a haber, mi querido! –fingió enojarse Telmo. -No... No sé si hay pan... Fue a buscar Roque... El Roque fue a buscar...
Hernán se puso de pie y tomó las botellas de la mesa.
-Las voy a meter en la heladera –anunció.
-Mejor metelas en el congelador –aprobó Telmo. -¿Es blanco, no? Metelas en el congelador. Y abrite una de las que quedaron de la otra noche.
Hernán partió hacia adentro.
-Oíme ... –lo detuvo Telmo. -¿Te parece que ponga el resto de la merca?
Hernán frunció los labios, pensativo.
-¿Cuántos somos? –consultó. -Yo creo que con eso está bien...
-Tengo todo este vacío –señaló Telmo hacia la mesada.
-Yo creo que con esto está bien, Telmo... Es una barbaridad...
-¿Y viste lo que es este jamón redondo? Es merca de primera.
-No pongás el vacío. Si va a sobrar... Las mujeres comen poco...
-Pero ellas van a comer adentro, Hernán... Así no rompen las bolas durante el partido.
-Ah... Eso es bueno.
-No sé qué carajo van a ver en el otro televisor... Creo que sacaron una porno.
-No lo pongás, Telmo. Con eso hay de sobra.
-Por ahí lo pongo... Según como venga la mano... Mirá que el Roque morfa. ¿Eh? A ése no lo arreglás así nomás.
-¡Bueno!, como vos quieras...
-Total, si sobra... –dijo Telmo- al vacío lo podés comer al día siguiente, frío, que es riquísimo. Yo no sé si no es más rico frío, mirá lo que te digo...
-¡Eh! –asintió Hernán, yéndose. -Le sacás la grasa- hizo un gesto con la mano, horizontal, rebanando algo. -Y lo comés con pan...
-Mayonesa...
-Acá está el pan, acá está el pan, mi viejo... ¿qué andan protestando? –los dos se dieron vuelta ante el vozarrón de Roque, que tiró un paquete de pan sobre la mesa. -¿Qué le pasa a ese televisor? –preguntó después, inquieto. -No me digas que se le fue el sonido...
-No lo toqués, no lo toqués que vos lo que tocás lo hacer cagar –dijo el Sordo, llegando con la picada. -Telmo le sacó el sonido para que no rompa las bolas...
-¿Y a vos no se te podría sacar un poco el sonido, digo yo? –preguntó el Roque. -Un rato, para que no hablés tanto al pedo. Una idea ¿no?... ¿Preparaste el salame? ¿Trajiste el vermouth? ¿No ves que no servís ni para tirar flit, vos, sordo puto?
-Te lo traigo ahora pero después no me vengás a romper las bolas durante el partido porque...
-¡Ah! –dijo el Roque de repente, desinteresándose de su amable diálogo con el Sordo. -Hay que poner un plato más en la mesa...
Telmo, Hernán que volvía y el Sordo lo miraron.
-¿Quién viene?
-El Pepe.
-¿El Pepe? –exclamaron todos al unísono.
-El Pepe, en persona...
-El Pepe... ¡Qué raro! –se ensombreció la cara de Telmo.
-Pero...Si estaba bien.
-Roque se encogió de hombros y se metió en al boca un pedazo enorme de pan con salame.
-¿No lo habías visto vos, antes de venirte, y estaba bien? –le preguntó Telmo a Hernán.
-Sí. Pero hace ya como tres meses, no te olvidés...
-Sí, pero...
-¿Algún accidente? –preguntó el Sordo.
El Roque se volvió a encoger de hombros.
-No sé, Sordo... Yo te digo lo que me dijeron...
-¿Quién te dijo?
-En la puerta de entrada... Ya debe estar viniendo para acá...
-Mirá vos... –Hernán se rascó una mejilla, pensativo-. Pero... ¿el Pepe andaba mal del bobo o una cosa de esas? Nunca me...
-¿Qué sé yo, Hernán? –casi se enojó el Roque, con la boca llena. -No es necesario andar mal del bobo ¿no? Mirá yo... Estaba fantástico también... ¿Y?
-Bué... –suspiró Telmo, volviendo su atención a la parrilla. -Será bienvenido.
-¿Acaso no te alegra que venga el Pepe? –preguntó Roque.
-¡Nooo! ¡Por favor! –se ofendió Hernán. Encantado de que venga Pepe. ¿Cómo no voy a tener ganas de verlo? Por favor, me cago de gusto... no interpretés mal, Roque... Te digo, nomás...
-Por eso.
-¿Sabés qué? Hacemos la fiesta completa con Pepe...
-Además, es futbolero... –agregó Telmo, enjugándose una gota de sudor que le irritaba el ojo. -No va a venir a rompernos las bolas con que quiere ver ballet... o un concierto.
-Como nos pasó con Parola.
-¿Qué Parola?
El guitarrista del negro Acuña, que lo invitamos una vez a comer un asado y rompió las bolas porque no le gustaba el fútbol.
-Y... –abrió los brazos, el Sordo. -Yo lo conocí de allá y no sabía.
-Con el Pepe, no.
Sonó el timbre.
-¡Ahí está! –saltaron los tres al unísono.
En efecto, era Pepe. Entró un poco cortado, tímido quizá, pese a la confianza. Como confundido. Hubo abrazos, palmadas, hasta alguna lágrima. Le acercaron una silla, le pusieron un vaso de vino en la mano, le ofrecieron salame, queso, pan y hasta unos pimientos en vinagre que había traído Angelita.
-Llegás justo, Pepín –le dijo Telmo, volviendo a su reducto junto al fuego.
-¿Agregaste el vacío? –se preocupó Hernán.
-Llegaste justo porque... –Telmo miró a Hernán. -Sí, lo agregué –tranquilizó. -Porque ahora tenemos Peñarol y River.
-¿Peñarol y River? –preguntó Pepe, aún un poco ido, como absorto, mirando hacia todas partes, ubicándose.
-Claro, papá –dijo Roque, sin dejar de comer. -Y mañana tenemos el Bayern y Manchester United... Y pasado... ¿Pasado qué teníamos?
-Box –gritó el Sordo desde adentro. -La pelea por el título.
-La pelea por el título –sonrió Roque ufano. -Los medianos Welters.
-El negro que ganó las otras noches y... No sé qué otro... Un nigeriano...
-Y así todas las noches. Todas –informó Roque. -No hay una sola en que no tengamos nada para ver.
-Y... Acá se agarra todo –dijo Hernán, que también se había sentado y estaba descorchando el blanco.
-Che Pepe, Pepín... –sonrió Telmo. -Y de pedo no te encontraste con el Charro...
-¿Qué Charro?
-El Charro Moreno. Le habíamos dicho que viniera a comer, y a ver el partido.
-¿El Charro Moreno? –se asombró Pepe. -¿El de River?
-Y claro, papá...El otro día vino Angelito.
-¿Qué Angelito? ¿Labruna?
-Sí. Vino a ver... vino a ver... –dudó Telmo. -No sé qué partido vino a ver.
-Con el que nos cagamos de risa fue con Fidel –dijo Hernán. -Con Fidel Pintos.
-¿Fidel Pintos? ¿Estuvo acá? –el Pepe no lo podía creer.
-Sentado ahí mismo donde estás sentado vos –aportó el Sordo. -Un fenómeno...
-¿Sabés a quién quiero traer yo? –dijo Hernán. -Digo... Algún día...
-¿A quién?
-A Carlitos...
-¡Ah! –se golpeó las palmas de las manos, Roque. Mirá qué joda.
-Y que cante –siguió Hernán.
-¡Yo también quiero que venga, boludo! –dijo el Roque. Telmo se reía. -Mirá qué piola que sos. Todos. Pero no tiene ni una fecha libre el quía. Si todo el mundo lo invita.
-¿Carlitos? –los miró Pepe. -¿Está acá?
-Todos están acá, querido –dijo Roque. -Acá te los podés encontrar a todos. A todos. El otro día vino un sobrino de Irigoyen.
-No... Pero yo a Carlitos lo quiero traer... –insistió Hernán, como atrapado pro una ensoñación.
-Ya va a venir. Ya va a venir –consoló Telmo. -Hay que agarrarlo con tiempo.
-Por otra parte, no es de hacerse el estrecho.
-¡Para nada! ¡Le gustan estas cosas! Y el fútbol le cabe...
-Hincha de Racing, además.
-Y los burros. Los burros más todavía.
-Por él soy capaz hasta de ver una carrera, te digo.
-A la que me gustaría traer es a la rubia... –dijo el Sordo. -La Marilyn...
-¿Está acá? –preguntó Pepe.
-Y sigue buena –asintió el Sordo, con la cabeza. -Aunque sea para mirarla...
-Con esa mina te caga el idioma, Sordo –dijo Roque. -Como cuando vino el Fred Astaire...
-Para mirarla nomás, te digo, Roque.
-Después se arma quilombo con las mujeres.
-¿Vino Fred Astaire? –el Pepe los miraba procurando detectar una broma colectiva.
-Pero a pedir una escoba. Pasa siempre –dijo Hernán.
-Baila con la escoba, Hernán –puntualizó Roque. -No te creas que es para barrer.
-Che Pepe... –Telmo se acercó hasta la mesa, se secó la transpiración con un repasador y empezó a pelar minuciosamente un pedazo de salame. -¿Llegaste bien?
-Sí.
-¿Quién te recibió?
-No sé... Un pelado, de barba...
-¡Pedro! ¡Pedrito viejo nomás!
-¡Grande Pedro! –apretó un puño, Roque. -“Costita”, le decimos...
-¿”Costita”? –Pepe lo miró. No podía abandonar su tono melancólico.
-“Costita” –dijo el Sordo. -¿Te acordás de Costa, ese que controlaba la entrada en “Mombasa”, que decía “éste sí, éste no”? ¡”Mombasa”, el boliche bailable!
-¡Ah, sí! –esbozó Pepe una sonrisa triste. -Sí...
-“Costita” –se rió Hernán.
-Pepe... –requirió su atención Telmo. -Pedrito... –y le hizo un gesto de comer algo, con la punta de los dedos, unidos, hacia la boca.
-¿Medio manyún el pelado? –sonrió Pepe.
-Trolo. Dicen... –no se comprometió el Sordo.
-Estos hijos de puta... –Roque se reía. -Lo ven educado al hombre...
-Reputo, Pepe –afirmó Telmo, desde la parrilla. Se rieron.
-Che... –dijo el Sordo. -Pero... ¿te trató bien?
-Muy bien. Muy bien.
-¿No te manoteó el bulto? –preguntó Roque levantándose y caminando hacia el televisor.
-A los tipos los trata bien, querido –acotó Hernán. -A las minas, ni bola.
-No. Muy bien. Muy bien –insistió Pepe, respetuoso.
-No –dijo Telmo. -Nosotros jodemos, pero es macanudo el pelado.
-Macanudo.
-Y además –se puso serio Roque-, incorruptible.
-Eso sí.
-Che –alertó Roque, que había elevado un poco el sonido del televisor-, ¡Ya empezó!
Telmo se dio vuelta hacia el aparato.
-No, gil –dijo. -Esos son los goles del otro día. Los están repitiendo.
-Todavía falta como media hora –calculó Hernán mirando su reloj.
-¿Este es el partido por la Copa? –Pepe señalaba el televisor.
-Y claro, querido...
-Ah claro... Yo leí allá antes de venir...
-Por supuesto. Lo pasan en simultáneo.
-¡Si no vas a extrañar ni un carajo! –Roque palmeó a Pepe en la espalda, volviendo a sentarse.
-Che –Pepe perdió su vista en un punto lejano. -Y a los otros, a los capos...¿no ven a ninguno?
-¿Vos decís además de Pedro?
-Sí.
-No. A nadie. Al menos desde que estoy yo por acá no apareció ninguno –dijo el Sordo.
-No rompen las bolas para nada –agregó Hernán. -Telmo se puso de pie y caminó hasta la parrilla, elevando la voz. -Y mirá que yo hace ya diez años que estoy acá, pero...para nada.
-¿Ni siquiera él...? –Pepe se pasó la mano izquierda por el mentón, hacia abajo, como quien estuviera alisando una larga barba. Hernán y el Sordo negaron con la cabeza, pero ahora serios, como si les pesara el tema.
-Siempre tranquilo, Pepe –dijo Hernán.
-Sale Peñarol –anunció el Roque, que no perdía de vista el televisor.
-Che –Telmo reclamó la atención. -Ya tengo los chorizos.
Hernán se paró y corrió algunas cosas de la mesa, haciendo lugar.
-Le digo a Tere que traiga los platos –propuso.
-No... –desestimó Telmo. -Poné un plato nomás. Lo ponemos cortadito y picamos...
-Eso. Mientras vemos el primer tiempo.
-¿Está Tere también? –preguntó Pepe, algo demudado.
-Es... No se puede mirar el partido y comer al mismo tiempo –dictaminó Hernán, muy serio.
-Y la tira la voy llevando despacito, así la comemos en el entretiempo –dijo Telmo.
-Che Hernán... –Pepe procuró que alguien le hiciera caso. -¿Está Tere acá?
-Claro. Y Dora también.
Distribuyeron algún plato, los vasos, el Sordo trajo los cubiertos y no se dieron cuenta de que Pepe estaba lagrimeando.
-Ehhh –se percató, de pronto, el Sordo. -¿Qué pasa, varón? –Hernán miró a Pepe y se acercó a apoyarle una mano en el hombro.
-Nada –suspiró Pepe, aspirando hondo.
-¡Te acostumbrás enseguida! –Telmo, que se había dado cuenta de lo que pasaba, gritó desde la parrilla.
-A lo bueno uno se acostumbra rápido, Pepe. Ya vas a ver –lo palmeó Hernán.
-Sale River, anunció Roque.
-Es que... –un tanto avergonzado, Pepe trataba de recomponerse. -Me acuerdo de la Gallega... de los chicos...
-¿Cómo quedó la Gallega? ¿Bien? –dijo el Sordo. Pepe aprobó con la cabeza, aun confuso.
-No te calentés, Pepe –le sirvió otro vaso de vino, Hernán. -Por ahí, en un par de meses, la tenés por acá –el Sordo y el Roque lo miraron como para matarlo. -Digo... –vaciló Hernán- ...tarde o temprano la vas a tener por acá. Y después, para siempre...
-Mirá yo –dijo Roque. -Yo vine antes que Clarita.
-Pero... qué sé yo... –Pepe meneaba la cabeza, con los ojos enrojecidos. -Los chicos... Vos no sabés cómo están las cosas allá...
-Ni nos contés cómo están las cosas allá –se rió, tratando de distender el momento, Roque. -No me quiero ni enterar. Otro día nos decís.
-Además tus pibes ya deben tener como 35 años ¿no?
-Ya era hora de que les dejaras de romper las pelotas –se rió Telmo. Pepe también se sonrió. Esto animó al Sordo.
-Tomá, Pepe. Abrite la botella –le alcanzó. Pepe tomó el destapador y ese mínimo gesto pareció iniciar su real integración al grupo y al lugar.
-Acá están los sochoris –anunció, llegando casi al trote, Telmo.
-Vení, Telmo, sentate –pidió Hernán.
-Hacete amigo.
-Che –dijo Pepe, girando el destapador. -¿Salchichitas criollas no tenemos? -Hernán se rió y lo palmeó fuerte en la espalda.
-¡Ya le gustó! –gritaba. -¡Ya le gustó al cabezón! ¡Recién estaba hecho mierda y ahora está pidiendo salchichita criolla!
-Cabezón hijo de puta... ¡Recién llegás y ya empezás con las exigencias! –se reía Telmo. -No. No tenemos... A estos boludos no les gusta.
-Además –reconsideró Pepe, poniendo la botella sobre la mesa-, me había olvidado de que a mí me cae para la mierda.
-Olvidate de eso, Pepe –aconsejó Roque-. Ya pasaste por esa. Acá es distinto, cabezón.
-Pero... Oíme Pepe –el Sordo se acodó en la mesa en tanto, de reojo, comprobaba si la iniciación del partido le daba tiempo para iniciar un tema. -¿Yo me equivoco o vos estabas bien? De salud, digo... Vos estabas de puta madre -Pepe osciló la cabeza de un lado al otro mientras masticaba, dando a entender que no podía hablar con la boca llena. Lo esperaron en silencio.
-Estaba –alcanzó a decir, con los labios entrecerrados. Después chasqueó un par de veces los labios y manoteó una servilleta de papel. -Estaba... –repitió, ya liberado del bocado. -Pero... vos no sabés lo que me pasó con el Emilio...
-¿Qué Emilio? ¿Tu socio?
-¡Emilio! –recordó, jubiloso, el Sordo.
-Sí –lo abarajó en el aire, Pepe. -No sabés cómo me cagó ese hijo de puta...
-¡No me digas!
-Me recagó...
-¿Emilio?
-Siempre fue medio cagador el Emilio –acotó Roque.
-Cagador y la fuga –completó Hernán.
-¿Sí? –se asombró el Sordo.
-¿No te acordás del quilombo que tuvo con el primo... –preguntó Roque- que le puso la chatita a su nombre y...?
-Es que yo lo conozco nada más que de jugar al fútbol –se disculpó el Sordo. Y...
-Ah... –reconoció Hernán. -Para la joda, macanudo... Pero no pongás un sope de por medio porque...
-Y... ¿qué pasó? –Telmo apuró a Pepe.
-Me hizo meter guita para comprar unas chapas. Mucha guita... Me hizo endeudar hasta la manija. Me dijo que era un negocio redondo. Que él había tocado a un par de puntos en la Gobernación...
-Siempre con esos negocios el Emilio...
-Y después resultó que no había comprado un carajo. Que todo estaba firmado por mí... El se hizo humo, desapareció de la casa... Tuve que vender el negocio, el Citröen... -Pepe parpadeó varias veces, como si estuviera por volver a llorar. -¿Para qué te voy a contar? Hasta último momento me bicicleteó de que todo estaba controlado, que había adornado a un oficial de justicia... Bueno... –todos escuchaban en silencio. -Llegó un momento en que el bobo no me aguantó más...
-¿Podés creer vos?
-¿Fue eso, entonces?
-Porque vos estabas bien –irrumpió, enérgico, Hernán. -¿Habías tenido algún anuncio, algo?
-Nada. Diez puntos estaba...
-Pero mirá qué hijo de puta el Emilio –dijo Roque.
-Nunca me gustó ese tipo –agregó Telmo.
-Pero ¡te cuento! –se animó de improviso, Pepe. -Cuando salía para acá me enteré que había tenido un accidente...
-¿Un accidente?
-Con el auto... En Concordia, por ahí... Se estroló con el auto y se hizo mierda.
-¿Se mató?
-Decían que sí –Pepe se encogió de hombros. -Pero no me preocupé mucho en averiguarlo. Además, yo ya estaba viniéndome para acá. A mí ya me había cagado.
-Poné otro cubierto –musitó Roque.
-¡No! –Telmo se reía. -¡Tené la seguridad que ese por aquí no aparece! ¡Ese tiene otro destino, no acá!
-¡No! –el Sordo, sarcástico, acompañó en la risa. -Empecemos a comer tranquilos que ese no viene. No lo vayamos a andar esperando.
-¡Che! –simuló enojarse Telmo, mirando el televisor. -¿Cuándo carajo empieza ese partido?
-Están controlando los arcos –asesoró Roque, que nunca había dejado de vigilar la pantalla. -Hay gente adentro de la cancha. El referí no quiere empezar el partido. Quiere que la policía saque la gente...
-¡Lo que hay que sacar es la policía! ¿Sabés qué?
-Pero... Ya larga. Ya larga...
Sonó el timbre. Se miraron entre ellos.
-¿Quién carajo puede ser ahora?
-¡Justo que empieza el partido!
-¡Emilio! –abrió mucho los ojos Hernán, tratando de adivinar.
-El Charro... ¿No iba avenir el Charro? –se ilusionó el Sordo.
-No... Dijo que no podía –Telmo caminó decidido hacia la puerta. Hernán había acertado. Era Emilio. Ante el silencio general entró, tímido, con una sonrisa helada y triste.
-¡Muchachos! –se alegró casi infantilmente. Pero pocos le respondieron. Hubo alguna palmada amistosa, un “Qué hacés, Emilio” nada enfático. Todos miraron a Pepe, que permanecía sentado, un gesto un tanto duro en la cara. Emilio vio a Pepe y se acercó a saludarlo, pero se paró en medio del patio antes de llegar, frente a la actitud fría de su exsocio.
-Tenemos que hablar, Pepe –se disculpó. -Te juro que vos me interpretaste mal... –los demás miraban en silencio-. Vos no sabés lo que me jodió enterarme de lo tuyo... Me hizo mierda... Te digo más... Cómo tendría la cabeza con tu noticia que me hice bolsa con el auto ¿te enteraste? –miró a todos. -¿Se enteraron?
-Nos dijo Pepe...
-Mirá cómo me habrá hecho de mal. No sabés cuántas noches hacía que no dormía porque yo te metí en esto... De total buena voluntad, Pepe...
Roque pegó una ojeada hacia el televisor. El árbitro se acercaba, balón entre las manos, prometedoramente, hacia el centro del campo.
-Che –pidió Roque. -¿Por qué no hablan de esto después? Entre ustedes...
-No... Lo que pasa... –Emilio, con cara compungida, se puso una mano sobre el pecho. -Es que yo le quiero explicar, porque...
-Está bien, está bien –dijo Telmo. -Tenés razón... Pero acá ya pasó todo, querido... Discutir es al pedo. Otro día, más tranquilos, lo conversan entre ustedes y se explican todo... ¿no es así, Pepe?
Pepe despidió por la boca un torrente de humo de cigarrillo. No parecía muy convencido.
-Total –se anotó el Sordo. -Acá ya no van a resolver nada. Lo que pasó, pasó.
-Está bien –Emilio se acercó una silla. -Si ustedes lo...
-Tomate un vino –le sirvió Hernán.
-Ahora... eso sí... –el Roque, ya ubicado de frente al televisor, las manos en la nuca, dando espaldas a la mesa, le habló a Emilio. -Algún día nos explicás cómo mierda hiciste para que dejaran entrar acá. Porque...después de lo que hiciste...
-Con el pedigreé tuyo, querido –lo del Sordo tampoco sonó demasiado agresivo.
-¿Viste el flaco, el de la entrada? –preguntó Emilio.
-¿Pedro?
-Ese... Le puse unos mangos.
Todos se dieron vuelta para mirarlo.
-Le tiré unas rupias –Emilio se encogió de hombros, disculpándose por la picardía. -Si no, acá, no pasa nada... ¡Si lo hacen todos! No voy a ser yo el único gil que...
-¡Ya estamos! ¡Ya estamos! –se revolvió, nervioso, acomodándose en la silla el Roque, observando al referí que levantaba su mano consultando a los lejanos arqueros.
-Ya estamos –dijo Telmo, sentándose también.

Quemado

Letra de la canción
Quemado
Intérprete: Los Piojos


Quien es el que gana
quien es el que pierde
en que lugar estoy yo
si ganar no me convence.
En que se puede creer
si no es una mariposa
si no es un clavo en la sien
o tu belleza tramposa.
Yo quiero escuchar la espuma
y el áspero Jo ! de la caña
hundiéndose en la arena.

Que no haya angustia en la muerte
que haya pensamiento en vida
si no existe la memoria
todo lo nuestro es suicida.

Playas infinitas me esperan
llevare algo de tanza
llevare unos anzuelos
un abrigo y una caña.
Veo náufragos en alcohol
y mujeres inalcanzables
a quien castigaran hoy
en lugar de los culpables.

Cuando el ultimo anzuelo se pierda
y de comer no haya nada
me cubriré con mi abrigo
y seré yo la carnada
y los peces que necesite
vendrán a mi, antes de que despierte
se que vendrán a mi.

Solo un cuarto en la ciudad
y la caña hundiéndose al andar.
Solo un cuarto en la ciudad
y la caña hundiéndose
al andar, nomás.

Mi abrigo llora en harapos
nena voy a echarlo al mar
mi caña se hizo pedazos
y ya extraño su cantar.

Mi cuerpo no da mas pasos
lo dejare descansar
los peces que me necesiten
vendrán subidos al mar
y saltaran sobre mi
sin culpa y sin enojo
solo con algo de temor
brillándoles en los ojos
de que otra vez
despierte otra vez despierte.

Solo un cuarto en la ciudad
y la caña hundiéndose
al andar, nomás.

Reuniones de egresados

http://www.megaupload.com/?d=ZC4TE9XI

Aca les dejo el link para bajarse un cuento de Eduardo Sacheri, lo lei antes de que adquiera renombre por la pelicula El secreto de sus ojos, basado en la novela La pregunta de sus ojos. Lo que me gustó de este cuento es la aparente poca relación del comienzo entre las reuniones de egresados y el extraño habito del protagonista de perderse entre las góndolas del supermercado, además del giro inesperado que da la historia sobre el final.

jueves, 26 de noviembre de 2009

Hoja de Niggle

Hace algunos años, después de haberme leido el Señor de los anillos, El hobbit y el Silmarilion en apenas dos meses, me regalaron un libro de no más de 100 hojas que en su momento costaba $40 argentinos. Al principio me causo rechazo un libro tan chico que costará tanto, intenté cambiarlo por uno que justifique su valor pero no encontré nada que llame mi atención. Fue entonces cuando me rendi y me dispuse a leer mi nuevo libro, lo leia apenas abierto para que no se marque la tapa ni las hojas y de a unas pocas hojas por dia para que me durase mas de lo que duraria normalmente. Al terminar de leermo descubrí que me gustaba mucho y esa debe ser la razón por la cual vuelvo a leerlo cada tanto, aún sabiendo de que se trata cada uno de los tres cuentos escritos en el. Les dejo el link a uno de esos cuentos Hoja de Niggle, solo tienen que hacer click en la imagen. Que lo disfruten tanto como yo.




Viaje al mas alla

Cuando tenía 12 o 13 años me empezaron a interesar y mucho tres grandes civilizaciones antiguas: la griega, la romana, y la egipcia. Lei libros sobre las tres y de cada una me asombraron diferentes cosas.


Hoy en dia me resulta casi mágico que estemos conectados a través de una computadora, de internet, que podamos ver tele en casa, que la ropa se lave sola en una maquina y todo porque jamas se me hubiese ocurrido inventar algo de todo lo que hoy nos parece común. Pero mas mágico me resulta el hecho de que hace miles de año, con mucha menos tecnología y con conocimientos mas rudimentarios una civilización haya realizado semejantes construcciones, estoy hablando de las pirámides de Keops.

Los egipcios creían que después de la muerte el alma volvía al cuerpo para una nueva vida, esta es la razón por la cual construyeron las pirámides, como morada eterna de los faraones, donde acumulaban enormes tesoros, comida y bebida.
Las pirámides de Egipto es uno de los tres lugares que espero conocer algun día, los otros dos son el Coliseo Romano y el Partenón Griego, pero eso será en otros posts.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

Peatonal Sarmiento - Mendoza


Otro hermoso lugar de la ciudad de Mendoza, aca se puede desayunar, almorzar, cenar o simplemente tomarse un café como lo hacen miles de mendocinos a diario. Si hay algo que me da envidia de ellos es que tienen tiempo para sentarse a charlar con cualquiera que este tomando un café en alguna mesa de cualquier bar.

Plaza España - Mendoza


Mendoza es mi lugar en el mundo, es una ciudad limpia, de ritmo tranquilo y gente amable, durante muchos años me orientaba mejor en la ciudad de Mendoza que en Capital Federal, los paisajes de la provincia, las plazas, las fiestas de las colectividades en verano, la vendimia, la cordillera nevada que se asoma por las ventanillas del lado izquierdo del micro cuando estas llegando. Por todo eso y mucho mas es que tengo la certeza de que algún dia voy a vivir allí. Mientras seré un feliz visitante de aquellas tierras.

Amanece en la ruta

Amanece en la ruta
Intérprete: Suéter
Miguel Zavaleta

Amanece en la ruta, no me importa dónde estoy
me he dormido viajando y he soñado tan intenso
y en ese sueño yo me veía en ese auto, pero no
no era el mismo porque estaba todo roto en su interior.
Este paisaje es tan extraño, se parece al de un tren eléctrico
esos árboles tienen contornos, darme cuenta es tan hermoso.
Y en ese sueño yo me veía en ese auto, pero no
no era el mismo porque tenía fuego en su interior, en su interior.
A medida que aceleramos mis recuerdos se estremecen
y en un soplo veo proyectado como un film toda mi vida
Ya no se si el cielo esta arriba, abajo o dentro de mi
y aunque el paisaje sea tan extraño creo haber estado aqui.
Dónde voy, dónde estoy, quién soy yo,
qué hora es, dónde estaré?
Si afuera no es noche, tampoco es de día
no hay tristezas, tan solo alegrías en mi corazón.
Y ahora todo es una luz tan clara que a mi lado ya no hay nada
solo alegría, paz y armonía y esa luz que es tan tibia
y te prometo eso no era un sueño en ese auto estaba yo
y ese auto estaba todo roto y con fuego en su interior.

martes, 24 de noviembre de 2009

Cambios en tu hijo adolescente por Roberto Fontanarrosa

Este cuento lo lei cuando tenia 15 o 16 años y recién empezaba a descubrir el humor acido, inteligente, la ironia y por supuesto, que el tipo que dibujaba la historieta del gaucho tambien escribia (y como escribia) cuentos. Hoy les dejo este que quizas recien hoy estoy entendiendo.


Tu hijo adolescente está cambiando. Y está cambiando a ojos vista. Lo miras cuando duerme y te asombras de que los pies le asomen una cuarta por el extremo más lejano de la cama. Los brazos se le enredan, como si no encontraran sitio, y la cabeza pende por la otra punta de su lecho como la de un pollo muerto. ¡Y es la misma cama que parecía enorme para él no hace tantos años, cuando con tu esposa decidieron cambiarlo de la cunita con barrotes porque saltaba afuera de ella como si fuese un mono!
Tu hijo ya no tiene el rostro redondeado y rubicundo de cuando era un niño, sino que la cara ha adquirido rasgos angulosos y su color se torna, día a día, más verdoso. Incluso sus movimientos no tienen ahora la armonía de cuando pequeño, cuando todo, absolutamente todo lo que hacía era gracioso. Arrojaba un plato de sopa al piso y era encantador. Aplastaba con su pequeño piecito las mejores flores del jardín de tu casa y arrancaba risas. Retorcía con saña la piel sedosa del paciente perro y movía a elogios.
Ahora está algo torpe, desmañado y le cuesta habituarse a sus nuevas medidas antropométricas, las que ha adquirido durante el desarrollo Se golpea frecuentemente contra las puertas del aparador, empuja sin querer con los codos los vasos de la mesa y se da la frente con estruendo contra el dintel de la puerta del fondo.

. '¿Qué está ocurriendo con mi hijo?', te preguntas. ¿Qué fenómeno mutante le sucede, que se levanta una mañana y ha crecido cinco centímetros, sale de dos días con fiebre y se ha estirado ocho? Porque, incluso, seamos sinceros: huele mal. El sabandija huele a rayos. ¿Adónde quedó ese aroma a talco boratado, a jabón Lanoleche y a perfume suave que lo envolvía como una nube celestial cuando era muy niño y daba placer estrujarlo? Ahora emana un tufillo confuso a almizcle y a aguas servidas, a goma agria y a perro mojado.
Cuando tú entras en su habitación respiras el aire denso del encierro, un pesado vaho a zoológico, a establo, a pesebre, a leonera, a mingitorio de baño público. Además, el sabandija se niega a bañarse. No te lo dice directamente, no te enfrenta mirándote a los ojos cuando se resiste a entrar a la bañera, no. Pero elude el momento, se olvida, finge no tener tiempo, aduce que el estudio le quita oportunidades de asearse.

Tu esposa le ha comprado cientos de nuevas camisetas, algunas de ellas con estampados jubilosos, alegres, juveniles. Tu hijo, sin embargo, se empecina en usar siempre la misma camiseta negra, arrugada, con el estampado en blanco de un cocodrilo del Ganges, con la que ha dormido las últimas nueve noches.
Ahora mismo, mientras lo miras durmiendo despatarrado sobre la cama que ya le queda chica, adviertes que sus piernas, esas mismas piernas que, cuando bebé, eran cortas extremidades rollizas, infladas, rosáceas y regordetas son, de pronto, largas piernas huesudas que, en sectores, muestran una granulosidad plena de canutos similar a la de la piel de los pollos congelados. Y en otras zonas unos enormes, largos y negros pelos simiescos que confieren a tu hijo una apariencia silvestre.

Su piel, por otra parte, en estos momentos, ya no es más la tersa y suave que tanto te gustaba tocar cuando no tenía más de 9 años. Tu hijo está viviendo una explosión hormonal, sus glándulas sebáceas se han declarado en estado de alerta máxima, y revientan, especialmente sobre la superficie de su rostro, centenares de nuevos granos amarillentos, cerúleos y purulentos.

¿Qué hay, incluso, sobre sus labios amoratados? Detectas una sombra. Pero no es, precisamente, la sombra de su sonrisa, como bien lo poetizaba la canción aquélla. Es un bozo, una pelusa de bigote, una suerte de suciedad grisácea que brinda a su labio superior un ribete desprolijo, como si no se hubiese limpiado la base de la nariz luego de comer cenizas.

Pero mucho te equivocarías si tan sólo te detuvieras en eso, en la observación de los cambios físicos, notorios y evidentes. Si sólo te quedaras en precisar que su cabello opaco se enreda en grumos intrincados, sus rodillas tienen la dimensión de dos tazas de café y su aliento huele a comadreja. Ocurre algo más, algo más profundo y complicado aparte del replanteo de diseño y decoración personal de tu hijo. Ocurre algo más y es esto: tu hijo está cambiando como persona, como ser humano. Como las serpientes, está mudando de piel y de personalidad.

Hay veces –muchas, debes confesarlo– en que le hablas y no te oye. Parece escucharte, pero no registra en lo más mínimo lo que le has dicho. O masculla, simplemente: 'Sí, sí, está bien. Está bien', como se les dice a los locos, sólo para conformarlos. O, cuando le reprochas algo, responde con frases de un cinismo notable tales como 'Mala suerte' o 'Qué pena', como aseverando que tus desvelos por corregirlo serán vanos, morirán, infructuosos, aplastados por los ya escritos designios del destino. O sólo contesta con un desafiante e insolente

'¿Y...?' cuando su madre le recuerda que no ha ido este mes a visitar a sus tíos. Y hay otro llamado de atención, te recuerdo, muy claro y estremecedor, convengamos: en ocasiones te mira como para matarte. Aquellos ojos de ardilla que se abrían encantadores cuando tú le mostrabas el libro con la historia de los dos ositos, ahora se clavan en los tuyos y tú adviertes, lisa y llanamente, que tras sus pupilas titila un brillo asesino, el mismo que alumbrara la locura homicida de Manson.
Tú te has atrevido a entrar en su habitación luego de golpear un par de veces, desde luego. Le has recordado que debe ir a limpiar el baño que quedó hecho un lodazal luego de que él, por fin, accediera a darse la ducha semanal, y has interrumpido su videojuego en la computadora. Te dijo, rumiante, que ya iría a secar el baño, pero tú, imprudente, has insistido.
Es entonces cuando él te mira tal como lo describíamos. Te mira y te dice, con una voz donde relampaguea una inflexión filosa y acerada, separando notoriamente cada sílaba: 'Te-dije-que-ya-iba-a-ir'. Y serpentea por sus palabras una apenas velada amenaza de homicidio. ¡Es él, tu hijo, el mismo niño que para las Navidades cantaba junto a ti villancicos con voz dulce y graciosa! Algo se está solidificando dentro del magma espiritual de tu muchacho.

Algo, dentro de esa corriente de agua pura y cristalina que era tu pequeño, se está congelando, está creando sus propios ángulos y sus propias aristas. Has palpado algo duro allí dentro, por cierto. ¿Dónde ha quedado aquella personita minúscula, genuinamente inocente, que se creía la historia del ratoncito que deposita dinero a cambio de un diente caído? Tú mismo empezaste a cambiarla cuando le enseñaste a negociar, te informo.
Les has vendido espejitos a los indios, mi amigo. Les has mostrado el poder del canje, les has cambiado pieles de zorro por aguardiente. Ahora saben que tú debes darles algo cuando les pidas alguna cosa. Tu propia esposa inició a tu hijo en eso cuando le prometía dejarlo ver el programa de televisión con los Muppets si él era tan bueno de comer la primera cucharada de la repugnante papilla.
Tú mismo lo acostumbraste a la extorsión cuando negociaste no llevarlo sobre tus hombros en el paseo por el shopping vecino a cambio de comprarle un chupetín con forma de rinoceronte. Ahora le pides gentilmente que apague la luz de su pieza cuando no la usa y te exige diez dólares, le ruegas que no deje tiradas sus ropas por el suelo y pretende un compact de los Screaming Headless Torsos, le indicas que no apoye los codos sobre la mesa y ruge que necesita una moto japonesa.

No te sorprendas, mi amigo. La explicación es muy simple: él está cada vez más parecido a ti mismo, es ya un delincuente como todos nosotros, es uno más de la banda, lo estamos integrando jubilosamente en el clan. Y hay otro detalle: ya no puedes pegarle. Ese coscorrón sonoro sobre el remolino de pelo que tiene en la cabeza, ese manotazo plano sobre sus asentaderas cuando hacía algo malo, ese zamarreo espasmódico tomándolo de un hombro cuando berreaba como un demonio, ya no es atinado.
Ahora, te diría que lo pienses muy bien antes de hacerlo. Ayer mismo le levantaste una mano y te miró fijamente, como calculando la resistencia de tus huesos, la oposición que presentaría la piel de tu cuello a la punta doble y metálica de una tijera. Lo miras ahora, mientras duerme, cuando parece recuperar algo de ese toque angelical que poseía en el colegio primario, y ves que su espalda tiene casi el mismo ancho que su almohada, y que los músculos jóvenes de los brazos son protuberancias tensas, como si tuviese sogas que le corrieran bajo la piel.
Lo comprobaste, además, no hace mucho, cuando le asestaste un festivo empujón sobre una tetilla, a modo de chanza, y tu mano chocó contra una superficie que tenía la granítica dureza del cemento, una dureza que en tu propio cuerpo de padre sólo podría encontrarse en la hebilla de tu cinturón. Podría matarte con una sola de sus manos, en suma.
Perdiste tu oportunidad de pegarle cuando estabas a tiempo. Ahora ya es tarde. Pero no te inquietes, tu hijo está en una etapa de cambios. Su personalidad se retuerce como una culebra caída en el fuego. Varía día tras día, se transforma, muta. Hoy verás a tu hijo silencioso y reconcentrado, como preocupado por un futuro que se le antoja amenazante. Mañana lo verás conversador y tumultuoso, atacado por un hambre feroz que lo llevará a comer cuatro filetes de cerdo acompañados con huevos fritos. Ayer lo habías contemplado esquivo y distante, abocado a leer poemas de Verlaine y de Rimbaud.
Su alma es una suerte de masilla blanduzca, que se modifica y amolda a las presiones que recibe. Aparece un día diciendo que quiere ser jugador de basquet, y no se saca durante 24 horas esa ridícula gorra de los Dodgers. Al día siguiente opina que su destino está en la Bolsa de Valores y se empecina en lucir un saco oscuro con corbata al tono sobre los pantalones vaqueros. Mañana por la mañana sostendrá que desea sacar la visa para irse a vivir a Rusia y criar allí conejos de angora. Por la tarde confesará que está enamorado y habrá de casarse al poco tiempo. Su perfil, su forma de ser, fluye, se eleva y se distorsiona como esas voluptuosas volutas aceitosas que giran dentro de los cilindros iluminados que suelen ponerse como adorno en las casas de decoración llenos de un líquido ámbar y moroso.
Pero pronto, mucho antes de lo que tú te imaginas, aparecerá el modelo terminado. La naturaleza habrá completado su diseño. Se habrá confirmado la curva de su mandíbula, encontrará su diámetro la extensión de la cintura y las excrecencias de la piel se harán más y más infrecuentes en las inmediaciones de la nariz y la boca. Hasta la voz ya no le patinará tanto en algunos tonos, adquiriendo un matiz más parejo y previsible. Pero lo más importante: podrá advertirse una estructura firme, un andamiaje que sostenga a una personalidad definitiva y consolidada.
Y entonces, mi querido amigo, padre y custodio de un adolescente, cuanto tu hijo haya adquirido ya una personalidad concreta, sólida, palpable, buena o mala pero propia, definida, conocerá a una mujer. Conocerá a una mujer y esa mujer intentará cambiarlo.

Km 1

Para empezar este viaje elegi una obviedad, quizas peque de simple pero asi soy y asi me gustan las cosas..



Viaje
Mancha de rolando
Yo no te puedo decir que campana escuchar
a que profeta seguir, en que parada bajar
no tengo clara la idea por eso te quiero entender
y cuando nadie nos veo vamos a dejarnos caer

En un viaje hacia la nada
adentro tuyo debes buscar
haras el viaje a tu conciencia
y tene paciencia, vas a llegar.

Solo quiero recordar no olvidarme de nada
y mañana caminar con la mente mas clara
brotan palabras tan rapido que ya no escucho
y todo lo puedo ver aunque este tan oscuro.
En un viaje hacia la nada
adentro tuyo debes buscar
haras el viaje a tu conciencia
y tene paciencia, vas a llegar.
Viaje, todos los dias
sin policias vas a viajar
viaje, hacia tu orgullo
adentro tuyo hay un lugar.

Por que por que por que... nooooo se


La verdad es que no se para que hago esto ni si alguien lo va a leer, creo que lo hago para mi y para poder expresar lo que me pasa y lo que me gusta. Si te gusta bien y si no hay miles de blogs mejores que este.

Si queres viajar conmigo acomodate y disfruta, no sabemos a donde vamos pero seguiremos siempre para adelante.


Arranca el viaje..